Antonio F. Marín: Días de feria

14 de agosto de 2017

Días de feria


Mi feria es el recuerdo de un solar de doña Adela repleto de atracciones, de unas turroneras que ocupaban la calle Buen Suceso hasta casi la Gran Vía y los ciezanos que acudían a tomarse una copita y un dulce, inocente, muy inocente, porque aunque la mayoría de las chicas que atendían los puestos eran muy guapas, todos sabían que estaban casados y casadas. Entonces la plaza España era rodeada por casetas, de feria, y no por tascas. Eran casetas de toda índole que abastecían a los vecinos de todos esos artículos que no había por aquí.

En realidad la feria tenia significado y utilidad porque entonces no había tantas tiendas en la ciudad y allí se podían adquirir utensilios que normalmente no se encontraban en Cieza. Como ocurría en todos los pueblos de España. Ahora te puedes comprar un pijama en una tienda online de China y no sólo es más barato sino que son de calidad pues después de todo las grandes marcas como Zara, Mango, Springfield o Zara tienen allí sus factorías pues los chinos aparte de inventar la pólvora, también han inventado la copia casi


perfecta.

La feria era entonces una fecha muy esperada porque podías divertirte y montar en atracciones que normalmente no las había. Y luego, de más mayor, mis recuerdos vagan por las galas del Cine Gran Vía, situado en la calle de su mismo nombre, a las que venían los mejores artistas del momento. Eran unas galas para las élites, para los que podían pagarlas, es cierto, pero me traen mejores recuerdos que las fiestas populares.


La Feria ahora no significa nada especial, es puro jolgorio, porque la excusa de homenajear al patrón San Bartolomé no nos sirve porque el verdadero patrón de la ciudad es el Santo Cristo. Aquí lo que prima es la Semana Santa y la feria ha quedado reducida a unas casetas de las hermandades (de Semana Santa) en las que empacharte de morcillas y salchichas. Y las juergas posteriores por los diversos pub de la ciudad. Antes, entonces, las pandillas de críos acudíamos mucho al antiguo sotanillo (de nuevo abierto con otra gerencia), donde comer patatas asadas con ajos, michirones o caracoles chupaeros. Allí se han hecho novios muchos coterráneos míos porque por edad no podíamos entrar en la primera y única discoteca que abría en el pueblo: la Saphoro, creo recordar, que regentaba el dueño del Bar Rhin. Ahora nos quedan los pub, ya digo, que son otra cuestión completamente distinta.

Se diría que la feria actual ha quedado como excusa para salir de juerga, más que como un encuentro vecinal. En la infancia la gente venía del campo y ahora creo que los vecinos se van a él. Mi querida madre decía que la feria de ahora no tenía sentido pues se originó para llevar por todos los pueblos los artículos que no se encontraban aquí.

Ahora es un festival de bullicio en la que existen muchas más actividades, pero a uno le gustaba más la otra, la anterior, la de chito, quizás porque cuando eres niño también eres más iluso y tu única preocupación era sacar las perras a la familia para comprarte un cartucho de pipas en la “casetica de cartón. O para jugar al futbolín en el solar de Doña Adela, o jugar al
zompo y las canicas por las calles, casi siempre mal asfaltadas. Ahora los chitos tienen miles de juegos que disfrutan en las modernas videoconsolas que quizás te aíslan y te impiden salir a la calle con otros niños y emplearse en rapiñar cromos.


Han cambiado muchísimas cosas desde entonces porque las luces consistían en bombillas pintadas a mano incrustadas en unos arcos artesanales, y ahora han sido sustituidas por bombillitas led que ahorran, es obvio y tienen más prestancia. Recuerdo los días anteriores a la feria cuando “el largo” las colocaba con una escalera multiusos y los chitos mirábamos estupefactos con la boca abierta.

Aunque lo que si continúa, gracias a Dios, es el Tío de la Pita y los gigantes y cabezudos, al que seguíamos los niños con alborozo, antes de comprar las almendras garrapiñadas, el turrón, las nubes de algodón de azúcar y las manzanas caramelizadas, porque entonces los dientes lo aguantaban todo. O asistir a la instalación del circo que casi siempre venía, con algo de crueldad incluida, porque los propietarios compraban a los lugareños burros y ovejas enfermas o muy mayores que morían cruelmente pues he visto matarlos a hachazos para echarle de comer a los tristes leones encerrados en una jaula.

Y el castillo en el Arenal del río y sobre todo la traca de fin de fiestas que entonces “corríamos” con audacia y temor pues eras un crío y los que la colocaban la dividían con tramos largos que te permitían seguirla con tranquilidad, aunque de pronto te cambiaba a uno corto que te pillaba entre una lluvia de estrellitas y el humo de la pólvora. Eso era la emoción. Ahora también se corre la traca”, ya digo, pero no parece lo mismo, quizás porque uno la ve fugazmente desde fuera y entonces la vivías dentro, como en un encierro, pero sin toro. Y la tensa espera del zambombazo final, “el gordo” que daba paso a un delicioso olor a polvera y las cabeza cabizcaídas de los que abandonan el Paseo porque probablemente al día siguiente hay que currar y se acaba la holganza.

No sé qué pensarán los jóvenes de la feria de ahora, aunque tienen más actividades para elegir pues se han introducido algunas ideas muy resultonas y a las que la gente acude con ánimo de divertirse, pongamos que el Concurso de Arroz y Conejo, el concurso del Hueso de Oliva o los autos locos.

Como este es un artículo de festejos no conviene ponerse muy serio, pero el recinto ferial debería trasladarse a otro sitio más adecuado para no molestar a los vecinos con unas actuaciones por la noche que ahora son bastante pobres, aunque traigan una o dos que realmente merezcan la pena. Yo sólo he asistido al concierto de Loquillo y el lugar no es el adecuado, ya digo, porque además la acústica no es buena y retumba contra los edificios. Todo lo demás son actuaciones de segunda o de asolaciones del pueblo que aunque tengan su mérito a uno en particular no lo atraen, como tampoco me seduce la zarzuela.

Lo cierto es que la feria se puede mejorar pero se barrunta uno que un evento de este tipo no da más de sí (como ocurre en todos los pueblos) y lo que hay es lo que hay. Ningún gobierno local ha podido mejorarla y prácticamente sigue igual desde hace muchos años porque meter más actividades lúdicas, concursos y juegos para niños no la mejora ni desmerece y a mí no se me ocurre nada que pueda darle más esplendor, excepto rectificar el desfile de carrozas que es un cutre cortejo con la música a pleno pulmón que incluso te aburre y te hace huir. Y los políticos de todos los partidos lo saben, aunque intenten politizarlo con aquello tan infantil de que la mía era mejor. La mejor era la de nuestra infancia porque teníamos ilusiones y entonces todavía no habían surgido los problemas que traen la madurez.

Cualquier tiempo pasado no fue peor, ni mejor, sino sólo pasado, y todo va cambiando sin darnos cuenta porque se me estremezcan los recuerdos de antes y los de ahora y las costumbres sociales han cambiado poco a poco y sin darnos cuenta. Recuerdo que cuando no eran fechas de feria los críos nos íbamos a dar vueltas por la plaza de España para cruzarte con las chicas que te gustaban y que las daban en sentido contrario. Vueltas y más vueltas que supongo que ahora ya no se dan porque tenemos los pub, la disco y el botellón a mansalva que le ha quitado al ligue el romanticismo de antaño. Los mayores creo que lo hacían los domingos en el Paseo para “echarse” novio o novia, pero no sé muy bien cómo anda la cosa ahora porque salgo poco. Y cuando salgo no me entero de nada. O no quiero enterarme.

Comentario publicado en el extra de feria de El Mirador



Mobusi