Antonio F. Marín: El quinto

27 de abril de 2014

El quinto

Las fantasías más comunes de las chicas son hacerlo con otra chica, con amantes mucho más jóvenes, mientras otros las miran o ejerciendo de dominatrix y/o sumisa. Lo cuenta la periodista Celia Blanco en «Con dos tacones» (La Esfera de los Libros).

Las mayores de 35 fantasean con hacerlo con otra chica (como Cameron Díaz) o con un jovencito yogurín. «El novio de la hija de la vecina del quinto», apunta Celia Blanco. Unos deseos muy beneméritos y compatibles porque a los tíos nos pone mucho ver a tu chica haciendo la tijera con otra. O tirarnos a la hija de la vecina del quinto mientras su novio se va a hacerlo con la vecina del piso de abajo. Lo que no sabemos es qué ocurrirá con la madre del quinto que se queda triste y sola, como Fonseca, y los libros empeñados en el Monte de Piedad.

Un Monte al que podríamos acudir todos, incluidos los inmigrantes que se matan por venir a compartir nuestra miseria pues 11,7 millones de personas (3,8 millones de hogares) están afectadas en España por procesos de exclusión social (Cáritas). Bienvenidos al capitalismo explotador, al capitalismo de los mercados, al capitalismo de los banqueros, al capitalismo de los especuladores...

La inmigración es buena, hace crecer la economía, se recaudan más impuestos y los trabajadores cotizan y ayudan a pagar las pensiones, pero todavía recordamos cuando una subdirectora de El País aseguraba que lo de la inmigración se solucionaba reformando la PAC y la OMC para acabar con las subvenciones y aranceles con el fin de que los países pobres puedan vendernos sus productos.

Parece justo, pero entonces nuestros políticos y demás profetas del Apocalipsis (estilo Antony Perkins en La pasión de China Blue), tendrían que arremangarse y anunciarle a los agricultores la buena nueva de que se abre el mercado sin aranceles con el fin de que los productos de África compitan en Europa con los nuestros. Cuando ingresamos en la UE los franceses quemaban nuestros camiones para evitar la competencia.

Si consiguiéramos un acuerdo de libre comercia con África crearíamos allí riqueza pero quizás quemáramos sus camiones cuando pasaran hacia Europa porque sus tomates serían más baratos. No lo sé. Tendrían que explicárnoslo todos aquellos iluminados que se encaraman al megáfono y prometen pócimas mágicas ‘salvapatrias’, digo, ‘salvamundos’. O sugieren llevarles allí la riqueza, es decir, el capitalismo explotador que aquí disfrutamos.

Porque el mundo no es justo, es cierto, pues 925 millones personas que pasan hambre mientras 1.300 millones tienen sobrepeso. «Otro mundo es posible», me dijo un político mientras pegaba un moco debajo de la mesa. Desde luego, estamos seguros, pero servidor no tiene bálsamo de Fierabrás alguno excepto empezar a cambiar la sociedad desde abajo, por los mocos, por uno mismo.

Me barrunto, claro, porque uno es un simplón cuya fantasía más perversa es muy sencillica: hacerlo a la hora de la cena sobre la mesa de la cocina mientras ella se hace una coleta y se le ven los sobacos recién depilados y aseados. No es difícil. Sólo hay que subir al quinto.

Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza. 

Mobusi